Érase una vez…un Servicio de Voluntariado Europeo (SVE)
Se trata, como la propia palabra
indica, de un voluntariado, caracterizado porque lo realizan jóvenes de entre
18-30 años de edad y solo se puede realizar una vez en la vida. La duración del
proyecto es desde 2 meses hasta 12 meses, por lo que es fácil de adaptar a las
necesidades de cada participante. Por otro lado, al ser un proyecto
subvencionado por el programa Erasmus +, la organización de acogida del país (a
través de la Agencia Nacional) paga el trayecto de ida y vuelta del proyecto, el
programa incluye un seguro médico bastante completito, así como un dinero para
comida y de bolsillo mensual. Además, el alojamiento corre a cargo de la
organización (hay excepciones), por lo que no es necesario preocuparse por los
gastos del alquiler ni de las facturas y, en el caso de que fuera necesario,
también se pagaría el transporte público que tenga que coger el voluntario para
ir a su lugar de trabajo. El programa está compuesto por una Formación a la
Llegada, llamada “On Arrival Training”
y, si el proyecto es igual o mayor a 6 meses, también se puede disfrutar de una
Formación a Mitad de Térmico o “Mid-term
Training”. Respecto a la temática, es fácil encontrar proyectos para todos
los gustos: educación, arte, medioambiente, turismo, periodismo, sanitario,
integración social, centros juveniles, etc. Eso sí, lo más normal es hacerse un
caos al entrar en la página web y ver tantísimos temas y países, así que yo
recomendaría, para futuros participantes, cerrar un poco el abanico de opciones
y decantarse por buscar proyectos con una temática en concreto o algún país
específico.
Respecto a mi experiencia, yo
realicé un proyecto de 11 meses en Lituania en un jardín de infancia (kindergarten) con niños de 1 a 6 años de
edad. Lo primero, yo decidí que quería realizar un SVE unos 7-8 meses antes de
irme, pero en sus inicios no tenía claro qué tipo de proyecto quería ni qué
países me interesaban, por lo que los dos primeros meses me los pasé
cotilleando todo tipo de proyectos en cualquier país disponible. ¡Madre mía, eso
es una locura!, te puedes encontrar con unos 5-6 mil proyectos en total. Así
que poco a poco empecé a definir mis prioridades y me decanté por el campo de
la Educación Infantil, pero aun así el número de posibilidades con el que me
encontré no era un número fácil con el que trabajar, teniendo en cuenta que a
cada proyecto le tienes que mandar una carta de motivación personalizada… Así
que, como era de esperar, se me pasó la segunda convocatoria para elegir
proyectos y me decanté por buscar directamente proyectos que ya estuvieran
aprobados.
Por otro lado, mientras me
estudiaba todas las opciones que tenía, decidí que no quería irme a un país con
un idioma de origen Latino ni que tuviera una cultura similar a la española,
sino que quería forzarme a salir de mi “zona
de confort” todo lo que fuera posible, por lo que terminé en un pueblecito
llamado Biržai, situado en el norte de Lituania y con una población de unos 10
mil habitantes, y una cosa que me llamó mucho la atención fue que, a pesar de
ser un pueblo tan pequeño, iba a haber también otros voluntarios de Armenia,
Bosnia-Herzegovina, Grecia, Portugal y Rusia , por lo que me pareció una
oportunidad maravillosa para salir realmente de mi zona de confort.
Así que a principios de
septiembre me encontraba volando para esa tierra lejana y tan desconocida para
mí. La única información que tenía de mi proyecto y mi organización de acogida
era la que había firmado en el contrato, el cual decía que iba a recibir 110€ y
80€ de dinero de comida y bolsillo respectivamente, que trabajaría unas 37h
semanales en el jardín de infancia, que iba a compartir piso y/o habitación con
otro voluntario y que tenía dos días libres por mes trabajado sin contar fines
de semana y festivos.
Poco a poco comencé a adaptarme a
mi nueva vida. Los días se pasaban conociendo al resto de los voluntarios, así
como a un grupillo de lituanos que terminaron siendo como de mi familia.
También aprovechaba a visitar el pueblo en el que vivía, pueblos cercanos y
grandes ciudades. Mientras tanto, me iba adaptando al trabajo en el jardín de infancia,
intentaba aprender el idioma lituano, el cual me parecía prácticamente
imposible de comprender y de pronunciar, así como a la propia cultura del país,
siendo esta totalmente diferente a la española.
Por otro lado, a las dos semanas
de llegar tenía el “On arrival training”,
por lo que tuve la oportunidad de conocer voluntarios de otras ciudades y sus
proyectos. La verdad es que tanto la formación a la llegada como la de a mitad
de término las recuerdo como una experiencia maravillosa. En cada una de ellas
se tratan temas diferentes, pero todos ellos englobados bajo el campo del SVE y
Erasmus +. Se caracterizan porque durante una semana unos 15-20 voluntarios se
juntan en un hotel/albergue con todos los gastos incluido, en el que se
realizan muchos juegos, actividades, dinámicas y charlas relacionadas con el
SVE.
Una vez se ha superado la primera
fase de excitación del voluntariado, llega una fase de asimilación de la
realidad. En lo que a mí respecta, mis compañeras de piso y yo empezamos a
darnos cuenta de que el simple hecho de compartir habitación con otro
voluntario no era una tarea fácil y estaba creando conflictos, por lo que
decidimos hablarlo con la organización de acogida. Por desgracia, esto fue algo
que nunca conseguimos cambiar, así que otra de mis recomendaciones para futuros
voluntarios es que antes de elegir el proyecto, tengan conciencia de cómo van a
ser las condiciones de su alojamiento y qué se van a encontrar al llegar. De
hecho, lo que recomendaría al 100%, si es posible, sería contactar con otros
voluntarios que hayan estado trabajando con esa organización anteriormente para
así, llevarse una idea de cómo trabajan y de cómo es el estado de la vivienda.
Por otro lado, el clima del país
juega un factor muy importante a la hora de realizar el SVE. En mi caso, yo
pasé de vivir en España con un invierno muy suave y un clima mediterráneo, a
probar un invierno europeo que “no es moco de pavo”. Aun así, a pesar de los
-10 grados que pudimos tener de media en invierno, me resultó fascinante cómo
en el colegio los niños salían a la calle a jugar hiciera el tiempo que
hiciera. Personalmente, no me arrepiento en absoluto de haber vivido envuelta
en nieve durante seis meses ya que es una experiencia que nunca había probado
antes y que me ha ayudado a comprender mejor toda la cultura de otros países
más fríos que España. Son una maravilla las costumbres que tiene para superar
el frío, como es el constante uso de la sauna o el simple hecho de ofrecer una
bebida caliente al entrar en una casa. Por lo que, yo animaría a cualquier
persona a que realizara un SVE en un país nórdico y aprendiera la típica frase
de que “no existe un clima frío, sino ropa poco abrigada”.
Respecto al proyecto, como he
mencionado previamente, es una locura la cantidad de opciones que se pueden
encontrar, por lo que mi recomendación es que elijáis un proyecto que os guste,
ya que vais a estar trabajando en eso durante muchos meses. Además, si tenéis
la oportunidad de contactar con voluntarios anteriores para preguntarles por
las actividades que realizaban allí mucho mejor. En lo que a mí respecta,
estuve muy contenta con mi elección del jardín de infancia. En mi rutina diaria
llevaba a cabo actividades y talleres que había programado para hacer con los
niños, así como ayudando dentro y fuera del aula a los profesores del centro.
Por otro lado, al estar inmersa en un ambiente escolar, me fue de gran ayuda a
la hora de aprender el idioma del país.
Además, mencionar la gran
oportunidad para viajar a otros países europeos gracias al voluntariado. Dentro
del programa Erasmus + está establecido que por cada mes trabajado el voluntario
recibirá dos días libres, por lo que es muy fácil juntar estos días con fiestas
nacionales y fines de semana y así, poder viajar. Personalmente, desde el
inicio al final de mi proyecto he tenido la oportunidad de pisar diez países
diferentes, pero eso sí, siempre en un modo mochilero, haciendo “Couchsurfing” y en ocasiones autostop.
Por otro lado, el proceso
personal que se experimenta durante el año del SVE es muy diverso. Hay momentos
en los que uno se encuentra con una felicidad desbordante y, por el contrario,
hay otros en los que se siente más el shock cultural y se añora el hogar que
hemos dejado atrás, un estado llamado “homesick”.
Todos estos procesos se hablan y explican en las formaciones que se tienen
durante el voluntariado, siendo totalmente normales y comunes entre los
voluntarios.
Como conclusión, decir que gracias
al voluntariado he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas de
diferentes países, de aprender inglés, de ver que se puede vivir con menos
dinero y menos comodidades igual de bien, de conocerme a mí misma, de ser más
abierta de mente, de aprender a afrontar los problemas desde otro punto de
vista, etc. Enumeraría un millón de razones por las que realizar un SVE, pero
la más importante para mí, es el crecimiento personal general que se
experimenta con esta experiencia.
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